El pensamiento musical en el Romanticismo
El Romanticismo nació como movimiento literario entre los jóvenes alemanes de finales del XVIII, la generación de Beethoven: escritores como Wackenroder, Tieck, Schlegel o Hoffmann, nacidos en la década de 1770, desarrollaron una nueva ideología que contaba con antecedentes como el movimiento Sturm und Drang y ciertas tendencias del enciclopedismo francés. En principio se trataba de una «filosofía de vida» que defendía los ideales revolucionarios de la época y rechazaba el racionalismo de la Ilustración; sus notas características era el individualismo, el sentimentalismo y la inclinación por lo anómalo, junto con una exaltación de lo popular y nacional.
En el campo musical se desarrolló una admiración casi religiosa por la música instrumental que podía expresar lo sublime y lo inefable, conceptos centrales de la ideología romántica; esta religión musical necesitaba sus sacerdotes: los genios, los grandes compositores que servirían de intermediarios entre lo sobrenatural y los simples mortales. La música se convierte así en la más sagrada de las artes y los compositores en figuras centrales de la actividad musical. Frente a la idea platónica de la música como acompañante de la poesía, que había dominado el pensamiento musical del Racionalismo, surge ahora la idea de la música como expresión de todo aquello que no se puede decir con palabras (esto es, lo inefable); la falta de contenido conceptual, a la que aludía Kant como un posible «defecto» de la música, se considera ahora su mayor virtud: la música se convierte así en la más sublime de las artes; y en especial la música instrumental absoluta, desligada de cualquier referencia literaria.
Esta concepción de la música sitúa, pues, al compositor en el lugar central; los intérpretes deben ser meros transmisores de la creación del genio y no deben anteponer su propia personalidad o sus propias emociones, sino someterse por entero a la idea original del compositor.
El idealismo romántico: Schopenhauer
El idealismo ilustrado alemán, que había tenido su cumbre en Kant, se prolonga a través del idealismo romántico, representado principalmente por Arthur Schopenhauer. Como todos los idealismos, remite a Platón y su concepción dualista, con la diferenciación entre un mundo de las ideas, que sería el mundo real, y un mundo sensorial que es solo un mal reflejo de aquel.
Schopenhauer parte de un concepto similar, pero ampliará este dualismo a un tercer nivel. Considera que el mundo de las ideas no es tampoco el mundo real, sino una representación de la verdadera esencia del mundo; como Descartes, Schopenhauer comienza dudando de la realidad de todo lo que percibe, incluso las propias ideas, para observar que él mismo, como yo pensante, es un impulso vital; este impulso lo denomina Wille (voluntad) y lo identifica con esa esencia del mundo. Las ideas son solo representaciones de esa voluntad; y el mundo sensible es por tanto representación de una representación. El ser humano, impulsado por la Voluntad a la unión con la esencia del mundo, está entonces condenado al fracaso; este pesimismo es clave en la ideología romántica, basada en el conflicto permanente entre realidad y deseo.
En este planteamiento, las artes, basadas en el concepto aristotélico de la imitación, son a su vez meras representaciones del mundo sensible (lo cual las aleja tres niveles de la Voluntad) o, en el mejor de los casos, representaciones del mundo de las ideas. Pero la música, a diferencia de ellas, es para Schopenhauer representación de la voluntad misma; esto explicaría el potente influjo de la música sobre las emociones humanas y la convierte en la única vía para acercarse a la esencia del mundo y cumplir así el impulso vital del ser humano. Por supuesto, esto solo lo consigue la música instrumental, que está liberada de la «contaminación» de la poesía; incluso la música descriptiva es rechazable, por basarse en el principio de la imitación. La relación directa de la música instrumental con la Voluntad hace que pueda ser comprendida por todo ser humano, y se convierte así en un lenguaje universal.
Las ideas de Schopenhauer sobre la música influyeron de manera importante en muchos músicos del XIX, de manera muy especial en Richard Wagner; también están en la base del pensamiento de otros filósofos posteriores, como Friedrich Nietzsche.
El formalismo: Hanslick
Aunque en la música el estilo romántico perdura todo el siglo XIX, e incluso continúa en el XX, en el pensamiento se produce un cambio importante hacia mediados de siglo: el idealismo romántico da paso al materialismo y al positivismo. En música, este cambio tiene su reflejo en el desarrollo del formalismo musical, que tiene su origen en las ideas del crítico musical Eduard Hanslick.
Para Hanslick, autor del primer texto de estética musical, Sobre lo bello en música, no tienen sentido las jerarquizaciones de las artes que proponían los ilustrados y los románticos: cada arte tiene sus propios medios de expresión y no puede por tanto compararse con las demás. Esta idea se opone, por un lado, a la idea de «arte total» que defendían los románticos, y de manera especial, Wagner; por otro lado, rompe con el eterno conflicto entre poesía y música, al considerar que son artes diferentes que deben ser juzgadas con criterios diferentes.
Hanslick también deja a un lado el problema central del pensamiento musical hasta su época: la influencia de la música sobre las emociones. Para Hanslick, es evidente que la música emociona, pero esto no es un asunto central y no debe ser el criterio de juicio estético: la música utiliza el sonido como materia, y el único criterio para juzgar estéticamente una obra musical debe ser la manera en que utiliza ese material sonoro; a partir de aquí se desarrollarán las técnicas de análisis musical y la ciencia de la Musicología.
Ambas ideas, la independencia de la música respecto a otras artes y la importancia de lo sonoro como criterio estético, conducen a la idea de «música absoluta»: la música debe juzgarse solamente en cuanto música (sonido) y no en cuanto a sus evocaciones literarias o emocionales. Esta idea, aunque se desarrolla a partir de puntos de vista antirrománticos, coincide en buena parte con la idea romántica de la música instrumental como significativa, independiente de un texto o de un título literarios. La idea de música absoluta, por tanto, es un concepto fundamental en la música del XIX y lo seguirá siendo posteriormente.
Wagnerianos y antiwagnerianos
Las dos corrientes expuestas, la que parte de Schopenhauer y del pensamiento romántico, y la que parte de Hanslick y el pensamiento formalista, se enfrentarán intensamente en la vida musical de la segunda mitad del XIX. El conflicto tomará forma en torno a la figura de Richard Wagner, que encarnaba la tendencia romántica; todo músico europeo —y todo aficionado a la música— debía tomar postura: o se era wagneriano o se era antiwagneriano.
Wagner fue probablemente el músico que más sintió, y más aplicó, la influencia del pensamiento de Schopenhauer, que tenía sus raíces en el Sturm und Drang y el prerromanticismo de Rousseau. Junto a su amigo —y después suegro— Franz Liszt, llevó al límite el concepto de la música como enlace entre lo humano y lo sobrehumano, como objeto de culto religioso; y también la idea de la unión entre todas las artes, con la música como centro: poesía y música, pero también danza y artes escénicas debían formar un todo, una «obra de arte total», como él mismo la denominó, que se manifestaría en el drama, diferente de la ópera al uso (principalmente la italiana), a la que Wagner despreciaba.
En una época en que los músicos solían escribir frecuentemente sobre sus ideas musicales, Wagner fue probablemente el compositor que más escribió: obras como Ópera y drama o La obra de arte del futuro exponían claramente su ideología musical e influyeron decisivamente en muchos músicos de su época.
Wagner parte de una concepción de la música como arte de la expresión, y pone el acento en la capacidad emotiva de la música; para que esta expresividad sea efectiva, el oyente tiene que estar en una disposición adecuada, y no debe haber nada que estorbe la recepción del mensaje musical. Para poder llevar a cabo sus intenciones, Wagner creó el lugar idóneo: el teatro de Bayreuth, financiado por el rey Luis II de Baviera, gran admirador del compositor, donde se estrenaron varias de las obras del músico y que se convirtió en lugar de peregrinación para todos sus seguidores.
Frente a la concepción ultrarromántica de la música de Wagner y sus seguidores, se desarrolló otra corriente, basada en el formalismo de Hanslick y centrada en el lenguaje compositivo clásico, que tenía como figura principal a Johannes Brahms. Ambas corrientes dominaron la vida musical de la segunda mitad del siglo en toda Europa, y continuaron vigentes en los primeros años del XX. Los músicos de fin de siglo comenzaron a superar el conflicto, bien planteando que con Wagner se había cerrado una etapa y debía comenzarse una nueva (Debussy), bien tratando de unir en una sola las dos tendencias para crear una síntesis (Schönberg).
Wagner influyó no solo en los músicos sino en pensadores y filósofos, como es el caso de Nietzsche. El pensamiento de este situaba también la música en un lugar central y diferenciado del resto de las artes, como Schopenhauer; pero yendo aun más allá, Nietzsche sitúa a la música como uno de los aspectos centrales de la historia de la humanidad. El filósofo acabaría rompiendo con el músico por varias razones, entre ellas la insistencia de Wagner en unir música y poesía o el contenido religioso de su última obra, Parsifal. Nietzsche pasaría así del wagnerismo al antiwagnerismo de forma radical.