Historia del pensamiento musical

El pensamiento musical en la Edad Media

El concepto —y la expresión— de «Edad Media» fue creado por los humanistas europeos del Renacimiento para referirse al período que separaba la Antigüedad clásica de la Modernidad que ellos mismos representaban. Su admiración extrema por el arte y el pensamiento de los antiguos griegos y romanos y su deseo de recuperarlos en una edad moderna los llevaron al desprecio por toda la etapa intermedia entre ambos mundos, ignorando o rechazando todos los desarrollos artísticos, científicos y filosóficos de esa época. Sería mucho más tarde, ya en el siglo XIX, cuando los artistas y pensadores de Europa rescatarían esa «Edad Media» y la convertirían en un período mítico de ideales caballerescos, amorosos y religiosos, en un enfoque tan erróneo como el de sus predecesores.

En realidad, el período que seguimos denominando medieval es una continuación directa de la época clásica, sin presentar una ruptura clara. Pero en los aproximadamente mil años que atribuimos a esa época se sucedieron numerosos planteamientos nuevos en cuanto al arte o al pensamiento, y también en cuanto al pensamiento musical. Aunque el pensamiento musical medieval fue en gran parte una prolongación del antiguo, cuyas ideas principales quedaron «fosilizadas» durante siglos, hubo también enfoques novedosos de esas mismas ideas; y, lo que es más importante, planteamientos absolutamente nuevos, en especial en lo que respecta a la música práctica, tanto en sus aspectos técnicos y sistemáticos como en la pedagogía musical; y, de manera aún más relevante, en la escritura musical.

La Edad Media: desarrollo histórico

Aunque se suele señalar el año 476, fecha de la deposición del último emperador de Occidente, como el comienzo de la Edad Media, en realidad esto fue solo la constatación «oficial» de algo que llevaba sucediendo desde casi dos siglos antes: la ruptura entre el Oriente romano —que denominamos bizantino— y el Occidente germanizado, en el que las estructuras del Imperio habían desaparecido casi en su totalidad.

El período fundamental en este proceso de cambio fue el siglo IV, en especial durante los mandatos de los emperadores Constantino, al comienzo del siglo, y Teodosio, al final. Ambos tomaron decisiones que influirían decisivamente en el futuro del Imperio: en el año 313, Constantino decretó el Edicto de Milán, por el que se permitía la libertad religiosa y terminaban las persecuciones; hasta entonces Roma había sido bastante tolerante en materia religiosa, pero el culto al emperador y a ciertos dioses era obligatorio, lo cual afectaba principalmente a las religiones monoteístas. El edicto fue especialmente beneficioso para el cristianismo, que por entonces comenzaba a extenderse entre las clases altas del Imperio; a partir de este edicto, las conversiones entre la aristocracia imperial fueron numerosas, convirtiéndose de hecho en la religión del Imperio; esto fue ratificado en el año 392 por Teodosio, que proclamó el cristianismo como religión oficial.

Por otra parte, Constantino mandó edificar una ciudad sobre el emplazamiento de la antigua Bizancio, junto al Bósforo, para convertirla en capital del Imperio. Esto era la prueba definitiva de la decadencia de la ciudad de Roma, que desde tiempo atrás había dejado de ser sede imperial. El traslado de la capitalidad a la nueva Constantinopla suponía un refuerzo de la zona oriental —griega— del Imperio en perjuicio de la occidental latina. El deterioro de esta última se agravó tras la decisión de Teodosio, a su muerte, de dividir el control del Imperio entre sus dos hijos: el mayor, Arcadio, gobernaría como emperador desde Constantinopla y el segundo, Honorio, sometido a su hermano, gobernaría Occidente, primero desde Milán y después desde Ravena. Esta situación se mantendría oficialmente hasta 476, aunque Occidente experimentaría una progresiva germanización, con el asentamiento de varios pueblos (principalmente visigodos, ostrogodos y francos) que acabaría con su fragmentación en diversos reinos, teóricamente sometidos al emperador romano de Oriente.

División política del Mediterráneo en torno al año 500.
División política del Mediterráneo en torno al año 500
Fuente: Banco de imágenes del Intef
(http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/).

Esta situación se complicará a partir del siglo VII con la expansión del Islam tras la muerte de Mahoma: el espacio del antiguo Imperio Romano se dividirá así en tres zonas diferenciadas en lo religioso, lo político y lo cultural: el Imperio, de cultura griega y religión cristiana ortodoxa; el mundo árabe musulmán; y el Occidente germano-latino y católico.

Los primeros siglos de la Edad Media —conocidos habitualmente como «Alta Edad Media»— se caracterizan en Occidente, además de por esta fragmentación, por una progresiva ruralización, con el abandono de las ciudades y la desaparición de sus instituciones. La nobleza, principalmente guerrera a la manera germánica, se instala en el medio rural, en castillos y fortalezas aisladas. La única institución del Imperio que permanece en pie es la Iglesia, cada vez más ruralizada también, con los monasterios como focos importantes. La actividad cultural será competencia casi exclusiva de estos monasterios, con lo que el peso de lo religioso sobre la cultura será importante.

Esta situación se mantiene prácticamente hasta el siglo XII, con momentos relevantes de «renacimiento» cultural, como la corte de Carlomagno en Aquisgrán entre los siglos VIII y IX o el florecimiento del movimiento trovadoresco en Aquitania en el siglo XII.

A partir del siglo XI, no obstante, comienza una nueva etapa, la «Baja Edad Media», con una reurbanización progresiva: las instituciones culturales principales ya no serán solo los monasterios, sino las catedrales y, de modo muy especial, las universidades, a partir de la fundación de la de Bolonia en 1088; los nobles, especialmente los monarcas, también se instalarán en palacios urbanos. Esto provocará un importante desarrollo cultural que conducirá en definitiva al Renacimiento.

Boecio
Boecio
Guido d‘Arezzo
Guido d‘Arezzo

El pensamiento musical en la Edad Media

Alta Edad Media

Durante la Alta Edad Media no hay una ruptura importante con el pensamiento musical anterior, salvo en la progresiva «cristianización» de sus teorías. Se mantienen así la teoría de la armonía de las esferas (con la única modificación —importante— de la intervención divina) y la teoría del ethos, que se relacionará ahora con los distintos modos de la música medieval, especialmente la religiosa. El principal «responsable» de esta continuidad es el filósofo romano Severino Boecio, cuyo tratado De institutione musica fue ampliamente citado —y prácticamente copiado— durante toda la Edad Media y mucho después.

La primera cuestión estrictamente medieval, que aparece ya en el siglo IV, es el debate sobre la conveniencia o no del uso de la música en las ceremonias religiosas: en principio la postura dominante es contraria, por la sensualidad que aparece en la música; en palabras del escritor cristiano Lactancio:

El placer de los oídos se origina en la suavidad de las voces y de los cantos; e inclina al vicio tanto como el de los ojos, como hemos dicho.

Frente a esta postura, otros, como Ambrosio de Milán o Agustín de Hipona («¿A quién elevar este canto sino a Dios?»), defienden el uso de la música.

Otro debate central durante toda la Edad Media, herencia también del mundo antiguo, es la oposición entre música teórica y música práctica, definida en la época medieval con los términos de músico y cantor. El «músico» es el teórico que conoce los fundamentos de la ciencia musical, especialmente su base matemática; el «cantor», por su parte, es quien lleva a la práctica la música, como un oficio. El prestigio de la ciencia y el desprecio por el trabajo manual que caracteriza buena parte del pensamiento medieval, hacen que se sitúe también por encima el papel del músico frente al del cantor; la música, por otra parte, será parte de los estudios superiores de ciencias, el quadrivium, junto con la aritmética, la geometría y la astronomía.

Por último, hay que tener en cuenta que el sistema de escritura musical que se había utilizado desde el siglo IV aC deja paulatinamente de usarse a partir del siglo II dC, lo que lleva a desarrollar en la Alta Edad Media la idea de que la música reside solo en la memoria y es por tanto un ejemplo de la fugacidad. En palabras de Isidoro de Sevilla,

Si los sonidos no se retienen en la memoria humana, perecen, ya que no pueden escribirse.

Baja Edad Media

Las teorías indicadas se siguen manteniendo sin apenas modificación durante toda la Edad Media, casi siempre repitiendo literalmente las palabras de Boecio. Sin embargo, a partir del siglo IX comienza una nueva línea en los planteamientos musicales que tendrá un peso decisivo en los últimos siglos medievales: se trata de la importancia dada a la música práctica, tanto en sus aspectos más técnicos (sistema musical) como en los didácticos, entre los que se incluiría el interés cada vez mayor por desarrollar una notación musical adecuada.

En el primer aspecto hay que partir de los tratados anónimos Musica enchiriadis y Scolica enchiriadis, ambos del siglo IX, que junto con los libros de Hucbaldo inauguran toda una serie de tratados musicales que llegará hasta el mismo Renacimiento. En todos estos tratados se incluyen habitualmente las teorías antiguas sobre la música, pero su planteamiento central es siempre la sistematización de la música de su época, clasificada en modos a los que se suele atribuir un ethos determinado. Tratan también aspectos referentes a la interpretación musical, como el uso de la ornamentación y de la polifonía improvisada.

En la misma línea, y con unas características pedagógicas importantes, hay que situar la obra de Guido d’Arezzo (siglo XI), que desarrolló un sistema didáctico basado en hexacordos en que cada nota estaba asociada a una sílaba mnemotécnica (la base del actual solfeo), así como un sistema organizado de notación musical que se impuso rápidamente y que evolucionó después hasta el sistema actual.

Por último, el debate sobre la conveniencia de la música que se originó en el siglo IV, continuará en la Baja Edad Media asociado ahora al desarrollo de la polifonía y sus diferentes estilos, considerados en ocasiones como inadecuados para su uso litúrgico.